Pueblo abandonado en Minas de Salagasta


En entregas anteriores, hemos mencionado que el agua es vida, y es por ello que en nuestra Mendoza -desierto convertido en oasis por nuestros antepasados- muchos, la defendemos a capa y espada. Pero por el contrario, están también los que desde su ignorancia la derrochan con desmesura, pensando quizás que ésta siempre emergerá de sus canillas como por arte de magia.
Otro agente que atenta contra tan preciado y escaso recurso -más peligroso que la vecina madrugadora- es la minería, ya que si no es regulada de modo responsable y serio es altamente contaminante, y a su vez, demanda excesivas cantidades de la misma para poder trabajar. Pero esta actividad es necesaria, y se ha llevado a cabo desde tiempos remotos en nuestro territorio.
Y si de actividad minera se trata, en esta ocasión, contemplaremos los atrapantes muros de un pueblo que se creó a finales del siglo XIX, en las inmediaciones de las aún hoy explotadas Minas de Salagasta.



Estas canteras, son conocidas en el ámbito minero como “Distrito 28 El Carrizalito”, y de ellas se han extraído materiales como cobre,oro, baritina, yeso, talco, plomo y bentonita. Este último, es el de mayor extracción, siendo Mendoza el tercer productor de este mineral, detrás de Río Negro y San Juan. Cabe aclarar, que la bentonita se forma por depósitos de cenizas volcánicas en el fondo de los mares, por lo que demás está decir que este lugar acumula historias desde tiempos inmemoriales...

Las ruinas del asentamiento hoy nos revelan el esplendor de épocas pasadas, su organizaciòn habitacional, sus costumbres. Desde la privilegiada perspectiva que nos brinda la gruta de una virgen en la cima de un cerro, basta contemplar las edificaciones de piedra para deducir que la casa del capataz era la màs amplia, con buena vista hacia el emplazamiento, y a lo lejos pueden también divisarse las barracas que alojaban a los mineros, un viejo y primitivo horno de fundiciòn y hasta una escuela, que nos ayuda a comprender que se trataba de un sitio habitado por familias enteras.
La vida del minero nunca ha sido fácil, menos aún si retrocedemos cien años en el tiempo. Imaginemos por un instante una fría noche de invierno, anclados en la precordillera mendocina, por momentos, aturdidos con el fuerte chillar del viento que se escurre entre las rocas, en penumbras, a lo sumo en compañía de la tenue luz de una vela, sin calefacción... y es que solo en la casa del patrón había chimenea.
Quizás una escena como esta, explique la enorme cantidad de vidrios que se encuentran en los alrededores, restos coloridos de antiquísimas botellas que alguna vez contuvieron bebidas de alta graduación alcohólica, que seguramente ayudaron a apaciguar las bajas temperaturas, la soledad del silencio y la oscuridad penetrante de noches interminables.


Si así era la vida en la superficie, que los esperaría en las profundidades de la tierra, donde reina la oscuridad, y la única compañía son el calor sofocante y el escaso oxígeno ¿Cómo no van a creer que dentro de esos interminables túneles laberínticos reina el mismísimo Diablo? Para los obreros, es conocido como el “Tio” y es el Señor de la mina, nadie se atrevería a negarlo a menos que quiera enfermar o morir aplastado. 

Es por esto que los mineros siempre hacen sus ofrendas para toda situación, desde entrar en la mina, al salir o también para agradecer la aparición de una buena veta que llevara monedas a los bolsillos y un poco de felicidad a esas vidas. 
Fue esta vida dura la que inundó de muertes a muchos emplazamientos mineros, dejando sus huellas marcadas en creencias como la del Tío o en el susurro de esas voces que nos trae el viento. 

Los lugares abandonados tienen muchas historias para contar... esta es la nuestra.