Ex Bodega Bertona - En algún lugar de Maipu, Mza.

Entre todas esas bodegas que podemos encontrar al recorrer el departamento de Maipú, están las que tienen ese olorcito a mosto, a fermentación, las que todavía producen, donde todavía los muros siguen sumando y almacenando recuerdos, pero no es justo una de esas la que nosotros visitamos.

Al recorrer de cerca esos trayectos por donde pasaban las vías del tren, uno va intentando recrear esas imágenes que desde atrás de una ventanita de un vagón en movimiento, varias retinas supieron ver... Y vaya sorpresa la nuestra cuando vemos un caño en altura que sale de una estación y llega hasta el otro lado de la calle, perdiéndose en una inmensa propiedad, que no puede ser otra cosa que una bodega.




Las amplias naves estilo italiano, la casa patronal, el laboratorio y demás galpones nos cuentan que aquí los pasos llegan a cifras incontables, al igual que las charlas o los litros de vino producidos. El sueño de un futuro mejor sumado a la tenacidad para lograrlo llevaron a Pedro Bertona, quien llegara a nuestro suelo junto a sus padres y hermanos en el año 1898, a comprar luego de mucho tiempo y trabajo esta bodega en el año 1943.


Varias vendimias pasaron, días y noches, en definitiva tiempo, hasta llegar al presente, a lo que es hoy, donde el vino ya no se hace presente desde hace más de 20 años, donde el valor ya no es la producción sino lo que supo ser y lo que queda de ese pasado. 








Levantar la vista, como mirando al futuro, nos encontró con ese caño de acero que de seguro transportaba el vino directamente de la bodega al vagón, llevando así el elixir de Dionisio a todos esos lugares donde una copa, lo estuviera esperando...



Agradecemos a los hermanos Sergio y Gustavo Bertona por la información y buena predisposición para atendernos.







Antigua bodega Aguinaga - En algún punto de La Paz, Mendoza



Trazar una cruz sobre la tierra con un cuchillo, rezar a Santa Clara o a la Virgen de la Carrodilla, marcar una cruz con sal o simplemente clavar un cuchillo en la tierra, son sólo algunas entre tantas creencias que se tienen en el campo para ahuyentar al temido y oscuro fantasma de las tormentas. Pero no siempre estos conjuros cumplen su cometido y las tormentas finalmente llegan, trayendo consigo malos augurios y arrebatando al productor de sus manos cansadas el sueño de todo un año de trabajo: obtener una fructífera cosecha.
Esta es una historia en donde el poder de nuestra madre tierra (como siempre, superior al deseo de los hombres), se llevó consigo las manifestaciones del trabajo de varios años... Corría la década del cuarenta en Mendoza, época en que vertiginosos procesos de crecimiento y cambio -impulsados por el liberalismo económico, la industrialización acelerada, las transferencias científicas y tecnológicas, el protagonismo de la gran inmigración (principalmente italiana) y las nuevas comunicaciones- llevaron a un gran auge en la vitivinicultura.

Hoy, más allá de la pérdida de sus hermosos techos de pinotea y caña, el desmedido saqueo de las tapas de sus piletas y equipos de bombeo (entre otras tantas cosas), sigue luciendo hermosa e imponente, albergando silenciosamente recuerdos de una Vieja La Paz productora de vinos, verduras y frutas, orejones y pasas, pero sobre todo, a esa La Paz productora de sueños.


No eran los vinos que se producen hoy en día, hubieron problemas para alcanzar una buena calidad, principalmente por la errónea tendencia a elaborar con uvas mediocres de alto rendimiento y, en muchos casos, por problemas derivados de no fraccionar en origen. Imaginen la triste escena de ver litros y litros de vino corriendo por las acequias, sumada a la erradicación de viñedos, pretendiendo así neutralizar los males. Pero esa crisis de la que hablamos fue posterior al 1947, año en el que la Sociedad de Hecho de los hermanos Felix Roberto y Carlos Aguinaga cumplia su gran anhelo comprando esta bodega, la cual remodelaron sumando piletas subterráneas y trabajando arduamente, en conjunto con las tareas de labranza de 140 hectáreas de viña. Transcurrieron tranquilos años de bonanza, llegando a producir en un momento más de 15 mil hectolitros de vino, hasta el momento en que la naturaleza mostrara su peor cara, castigando al cultivo con copiosas mangas de piedras e intensas heladas tempranas (seguidas de pestes y plagas como conocido resultado), que llevaron a una significativa e irremediable baja en la producción y por lo tanto a una importante pérdida de capital. No se pudieron renovar las sulfatadoras ni tampoco la ilusión, y fué así que la Bodega Aguinaga cerró sus puertas definitivamente en 1975.