Sabíamos que se trataba de otro escenario con historia, uno por demás significativo para nuestra Mendoza vitivinícola y bodeguera, y que por ello esa imponente bodega merecía una visita. Fue así, que luego de varios intentos y considerando que valía la pena el esfuerzo, una vez más asumimos ese riesgo, porque para visitar un lugar abandonado, donde no se tiene la certeza de lo que se puede encontrar dentro hay que estar preparados, y no solo a nivel físico (al punto de tener que ingresar por un estrecho agujero en una pared, o de encontrar a otras personas dentro), sino también a nivel emocional.
Casi sin advertirlo, como si nos hubieran arrancado la sensación de miedo y la noción del peligro, una vez más nos hallábamos inmersos en un nuevo edificio colmado de abandono y misterio, de oscuridad y silencio, de esos que nos apasiona explorar, de esos que necesitamos plasmar en fotografías para revelarlos luego a quienes no tuvieron esa dicha, como siempre desde nuestro particular punto de vista.
Estábamos dentro al fin, explorando en las mismísimas entrañas de otra gran bodega. Por momentos, el fuerte aroma a mosto y roble era el encargado de relatarnos parte de la historia del lugar.
A medida que avanzábamos por los pasillos y escaleras de las enormes instalaciones, nuestra capacidad de asombro crecía.
Junto a muchos otros objetos, una gran cantidad de toneles parecían demostrarnos que el establecimiento aún funcionaba, que los años no habían pasado sobre su noble y perfumada madera, pero por otra parte, la densa capa de polvo que cubría todos los recovecos nos mostraba la otra cara.
Pero ¿qué pasó entonces para que hoy esa magnífica construcción se encuentre moribunda? ¿Porqué al entrar hoy en sus habitaciones sentimos el frío intenso y la oscuridad más profunda, sabiendo que allí se tejieron miles de historias y que mucha gente que transitó por sus pasillos ya no los camina hace muchos años?
No todos llevan de la misma manera el sentir de la vida o de la muerte, y muchos muros suelen estar marcados con ambas, como lo son los de esta bodega ya que su director murió en un accidente visitando viñedos en Tupungato, llenando de tan hondo dolor a la familia que hasta su padre murió una semana después de la tristeza, dejando así un inmenso vacío emocional como dirigencial.
Toda esta trágica historia, sumado a la crisis vivida por la vitivinicultura mendocina en los años 60 y 70 terminó con la quiebra definitiva de esta marca en 1979. Las personas se fueron, pero los muros siguen ahí, esperando otra oportunidad, manteniendo los aromas y luces de otros tiempos, ojalá no sean víctimas de otra demolición en aras del progreso, porque ellos también fueron progreso y merecen su respeto.