Ex Bodega Gargantini, en algún lugar de Rivadavia.

Cuando hablamos de una Mendoza vitivinícola, podemos argumentar el concepto a través de múltiples puntos de vista, tales como la cantidad de bodegas en la actualidad, la producción anual, el cultivo, la exportación o el turismo. Pero nosotros, como no puede ser de otro modo, lo vemos con una mirada distinta, con otros ojos, apuntando principalmente a esa enorme cantidad de muros de bodegas que aún continúan en pie, cerradas, olvidadas, sin vino en sus piletas, pero con su magia intacta… 
En nuestro constante trajinar, ya hemos visitado varios escenarios como éste (como lo son las antiguas bodegas Bertona, Aguinaga, Alicantina o Grosso, publicadas en entregas anteriores), mas ninguno tan significativo como lo fué la majestuosa e imponente Bodega Gargantini.


Este histórico edificio, no sólo fué grande por su extensión, sino también por la influencia que generó en el imaginario de la gente del lugar, que aún hoy añora su esplendor. Y esta influencia de magnificidad se debe a que sus propietarios no sólo se inclinaron a su propio beneficio económico, sino también al bienestar de sus empleados, y es por ello que crearon barrios, centros deportivos, una capilla y una escuela (entre otras tantas cosas). 
Por aquellos años, todo esto redundo en empleados felices, confiados de su futuro, con seguridad y ganas de traer una vida nueva a este mundo en el que todo parecía funcionar, entonces Gargantini también construyó nada menos que una sala de maternidad, pegada a la bodega, para ellos, para los hijos de sus operarios. 
Para comprender un poco la importancia que tuvo este lugar en sus mejores años, basta simplemente con caminar por la imponente construcción y perderse por los fríos e innumerables pasillos que parecen no tener fin, atravesar enormes naves vacías, contemplar inmensos tanques que alguna vez contuvieron vino, percibir el aroma a grasa aún impregnada en la sala de máquinas o descender al almacén y descubrir estanterías con cientos de compartimentos que increíblemente aún contienen partes de recambio.

Desde lo alto, aún se puede divisar la casa patronal, y dirigiendo la vista al otro lado del camino también pueden apreciarse más partes de la bodega y sus otros emprendimientos; como lo fueron la destilería (donde se elaboraba grapa), una planta de elaboración de conservas de aceitunas y hasta una aceitera.


Cuan grande habrá sido la convicción y proyección de Don Bautista Gargantini, como para construir en un lugar que aún hoy parece desolado, una de las bodegas más importantes de la Argentina.

Pero como en todos los imperios, existe un momento de creación, uno de apogeo y otro de deceso, y Gargantini terminó vendiendo su empresa. Entonces, las manos de empresarios no tan hábiles, sumado a malos manejos económicos y hasta políticos, llevarían a que hoy sus puertas permanezcan cerradas.

Pese a que gran parte de su historia fué consumida por las llamas de un incendio intencional, ésta se mantiene viva en la memoria de muchos abuelos, de esos que todavía hay en los pueblos como Rivadavia, recordándola quizás con ojos vidriosos cuando atraviesan su frente en bicicleta, o al relatarle a sus nietos lo que esta bodega fue y será para ellos. 
Depende de nosotros no olvidar a esos muros, no dejarlos desaparecer, queda en nosotros ser visionarios de grandeza y no solo preocuparnos por uno mismo, queda en nosotros ser como Don Bautista y buscar la felicidad y el bienestar de toda la comunidad.