Muros en Pie de casona en finca de Rodeo del Medio



Robustas pilas de paja y barro que van formando viviendas, rústicas fortalezas con techo de caña que aún hoy – en distintos estados de conservación- pueden apreciarse custodiando numerosas fincas de Mendoza.


En ellas seguramente se alojaron familias numerosas, donde en conjunto, padres e hijos labraron la tierra de sol a sol, siendo viñedos, frutales u hortalizas los que de alguna forma les prometieran aquel modesto pero anhelado porcentaje de ganancias, el que correspondía al contratista. Y es que sólo el fantasma de alguna helada temprana o una “manga” de piedra serían los encargados de arrebatarle ese sueño.





Por esos años, no se miraba al trabajo infantil como algo negativo,  es que ayudar a los padres con los quehaceres rurales no era nada más rendirle mejor al patrón con bajos costos operativos, sino buscar entre todos el pan, compartir momentos, aprender y formarlos para el futuro.

La escuela quedaba lejos, a veces a varios kilómetros, y no todos tenían la dicha de poder asistir a clases. Cuesta imaginar a “pequeños grandes niños” manejando tractores, o cargando al hombro pesadas azadas para controlar el turno de riego o erradicar maleza entre hileras o surcos, pero eran otros tiempos…




Hoy, gran parte de los jóvenes se aleja del campo, buscando nuevos horizontes profesionales en una acelerada pero prometedora vida de ciudad, sin saber quizás que la actividad rural se desploma lentamente con su partida, quedándose sin mano de obra, con amplias superficies de cultivos sin cosechar y hasta sin cultivar, dando lugar entonces a la creciente  tendencia de erradicar fértiles tierras para construir modernos complejos habitacionales…





Los tiempos cambian, y como viejos sabios que nos cuentan sus historias, también hay muros que nos dan su testimonio.





Viejo Taller de Maquinarias - En algún lugar de Las Heras










 




En nuestra visita a Minas de Salagasta (próximamente publicaremos un nuevo post dedicado exclusivamente a ellas), encontramos anclados y lejos de la “civilización” muros desgastados, con rastros de suciedad, donde claramente existió un sitio muy importante, destinado a la reparación y acondicionamiento de pesados vehículos. Hacemos referencia al Taller. 

 


Durante décadas y hasta la actualidad, el taller, sobre todo en lejanos asentamientos, ha sido un espacio imprescindible, un lugar repleto de partes de recambio, de viejos tambores con fluidos lubricantes y/o combustibles y múltiples herramientas, lo indispensable para poder realizar allí, las reparaciones que sean necesarias, a fin de que ninguna máquina deje de operar por largos períodos de tiempo.
Su importancia en estos escenarios no cambió, pero el tiempo y sus caprichos siempre hacen de las suyas... Y hoy en día quienes se van a ocupar de las reparaciones y mantenimientos son personas altamente calificadas, siendo técnicos o ingenieros, desplazando así a esos viejos herederos del oficio, que seguramente desde niños fueron acompañando a su padre y aprendiendo con él y junto a él los quehaceres de su trabajo, que seguro fue su abuelo quien también transmitió. 

Eran años en que las manos estaban presentes en cada instrumento de trabajo, en la creación y el andar, lejos de esta actualidad donde megamáquinas - monstruos metálicos sin alma- cruelmente reemplazaron, dejándonos sin esa mirada compartida entre un padre y un hijo al sentir que ese motor volvió a funcionar, que el trabajo fue bien realizado y que es tiempo de un mate espumoso antes de empezar con otra compostura.



Viejo almacén de Ramos Generales - En algún lugar de La Dormida

El nombre de La Dormida, recuerda a esa vieja posta a la vera del camino entre Mendoza y San Luis, que por ser él posadero y maestro de la posta un hombre de color, este lugar fue llamado por muchos viajantes como La Dormida del Negro. Todavía podemos ver algunos vestigios de este pasado lejano y también algunos, más presentes en nuestra memoria, como lo es un Almacén de Ramos Generales. Estos establecimientos jugaron un papel importante en la vida de muchos pueblos, pero como nada es inmune al paso del tiempo fueron desapareciendo, y con ellos se llevaron muchas historias, el vaso de vino con soda, la yapa y hasta costumbres. Hoy nos resulta triste reconocer que en la mayoría de los casos se trate de las buenas, las sanas, esas que tenían nuestros abuelos… Una de aquellas tantas es el legendario fiado, esa promesa de pago inquebrantable que dignificaba la palabra del hombre, que en aquel entonces era lo más valioso que se tenía, y que hoy en día casi ha desaparecido. 



En zonas rurales sobre todo, donde la mayoría era conocido (pues se sabía el nombre del vecino que se tenía a kilómetros de distancia), el fiado era una pieza fundamental en la economía de familias y almaceneros. Tener una Cuenta Corriente en el almacén, era todo un privilegio, señal de que se era buen pagador. No se precisaba garante alguno o adelantos, bastaba solo con apuntar prolijamente los gastos en una libreta, la que a fin de mes -cuando se cobraban las labores de la finca- era lo primero que se pagaba. Se vuelve inevitable viajar en el tiempo por un instante e imaginar como serían esas las tiendas de ramos generales abarrotadas de productos por aquellos años, con macizos mostradores de noble madera y hermosas molduras como adorno, sosteniendo firmemente a dos infaltables objetos del lugar como la balanza mecánica y la caja registradora, símbolos excluyentes del lugar. Las robustas estanterías colmadas de mercancías, no hacen más que generarnos nostalgia porque ya no están, ya no forman parte de nuestro presente. Hoy nos veríamos asombrados por la variedad de artículos conviviendo en un “armonioso desorden”: galletas y grisines en sus inolvidables cajas metálicas con ventanita de vidrio, yerba mate en bolsas de arpillera, huevos recién recogidos del gallinero, la canasta del pan recién horneado, la leche fresca en botellas de vidrio, latas con dulce de batata y membrillo, escobas y plumeros colgando entre embutidos y chacinados, barricas de vino, licores, damajuanas enfundadas en mimbre y coloridos sifones de soda, cajas con fósforos de madera, velas y mechas para faroles o para las estufas a kerosene, coloridos frascos con canicas para los más chicos, y hasta quizás una que otra bicicleta... 



Mención aparte merecen los letreros publicitarios que en un primer momento fueron pintados a mano – verdaderas obras de arte- con clásicas marcas que con el paso del tiempo se hicieron grandes empresas. Al recrear todo este ambiente uno llega a pensar que la competencia entre comerciantes es cosa más de nuestros días y que en ese “antes todo era mejor” de nuestros abuelos, no existía con tanta frecuencia este absurdo de competencia desmedida. Pero parece que no, ya que Don Sanchez nos contó que su madre tuvo que lidiar con continuas denuncias del dueño del otro almacén del pueblo, un turco que acusaba de que en este local se vendía grapa y anisado, bebidas prohibidas en la época. 



Así como llegaban denuncias llegaban inspectores que una y otra vez revisaban al dedillo la propiedad, llevándose la cara larga al nunca encontrar nada. Parece que el Turco mentía o parece que a los inspectores nunca se les ocurrió buscar grapa bajo el pestilente gallinero o tener la suerte de encontrar, en la esquina del secadero de frutas, una contratapa secreta, que aún hoy guarda el aroma del anís, varios secretos y el calor de una charla de amigos compartiendo una buena copa...



Ex Bodega La Alicantina - En algún lugar al este de Mendoza

Bien sabemos todos que el agua es vida, y es por eso que en nuestra provincia la defendemos tanto. Esta es una historia donde el agua dejó de llegar, borrando así primaveras de frutos en flor y vendimias de tachos al hombro. El oasis productivo del este, supo estar más al este de lo que lo conocemos hoy, y bodegas, secaderos y demás construcciones así lo demuestran. 


No hace falta mucha imaginación ni viajar en el tiempo años atrás para recrear esa época con abundantes plantaciones de vides, frutales, chacras de verdura, gente de campo, vida... La creación del dique El Carrizal, con sus pro y contras, para regular el agua, sumado a diversas causas como deudas en los derechos de riego, produjeron una gran modificación en el paisaje. Volvió, como en todo lugar donde el agua deja de fluir, a resaltar el desierto, quedando atrás ese verde hermoso de nuevos brotes. 


Como ya hemos dicho, y respetando nuestro principal objetivo, no daremos direcciones ni nombres que puedan hacer llegar a este sitio a personas con malas intenciones, pero vale rescatar que el nombre de esta bodega hace mención al lugar de origen de sus dueños inmigrantes, que como muchos otros bodegueros hicieron de Mendoza su tierra, trayendo sus conocimientos y ganas de progresar, transformando junto al ferrocarril la industria del vino. 



Llegamos hasta estos muros débiles y olvidados, y cada paso dado en la soledad del establecimiento, retumba en la lejanía de pasos pasados, trayendo al presente el ajetreo de alguna vendimia, el ir y venir de los hijos del dueño en la casa contigua a la bodega, o la mirada de ese guardián silencioso, vestido de blanco, que se acercó a controlar a esos intrusos en busca de recuerdos...


Vieja estación de servicio - En algún lugar de Sta Rosa, Mendoza

En ese afán cotidiano de las personas, la mayoría podría decirse, de obtener ingresos o rentas a lo largo del tiempo se llevan adelante diferentes tipos de inversiones, donde creen calcular todo para no fallar, no dejar nada librado al azar, considerar todas las posibilidades… Pero esos ingresos que buscan para gozar por mucho tiempo, se producen en el tiempo y ese tiempo indefectiblemente produce modificaciones.



Para muchos una Estación de Servicios a la orilla de una Ruta Nacional como la 7 sería un sueño, una inversión sobre seguro. Pero los destinos los traza el tiempo y parece que las rutas también, porque hace muchos años esa ruta dejó de ser nacional para convertirse en la provincial N°50, cambiando la suerte de modo amargo para quien soñó y vivió días de tráfico intenso que hoy parecen solo una ilusión…

El progreso puede crear rutas pero los nuevos caminos los abrimos nosotros y seguramente la suerte volvió a sonreír a quien la previsión le fallo pero no la bomba que llena el tanque de sus sueños.