Ex Bodega Grosso - En algún lugar de Guaymallén, Mendoza

Será que la mayoría de las personas ve simplemente escombros, muros maltratados duramente por el paso de los años, débiles estructuras a punto de derrumbarse o simplemente lugares peligrosos y desolados que ya nada transmiten o generan... Estarán esperando, ansiosos seguramente y hasta con desesperación, la llegada de la modernidad, del asfalto, de las grandes obras arquitectónicas, de aquello que algunos llaman progreso. Para Nosotros, en cambio, son ruinas vivientes de lo que alguna vez fué, testigos eternos quizás de innumerables hechos que de alguna manera cambiaron el rumbo de muchas personas, de hasta nuestra sociedad y que albergan en la mayoría de los casos historias de importantes y/o interesantes personajes. Como no considerarlas a ellas, donde gran parte de nuestro patrimonio cultural cuyano se encuentra en esas, Nuestras viejas Bodegas…



Nos preguntábamos cuántas veces habríamos pasado por el mismo lugar, “mirando sin mirar” aquellas paredes de barro y paja tan desgastadas, misteriosas e imponentes, silenciosas, que se mantenían erguidas gracias a su sólida y robusta construcción de antaño, sobreviviendo increíblemente a sismos y terremotos, quizás para hacernos saber que todavía estaban allí y que tenían algo para contarnos. Nos preguntábamos, además, como el tiempo pudiera detenerse de tal manera en aquel sitio, como haciendo frente al imparable crecimiento urbanístico de sus alrededores.
Tuvimos la suerte, aquel día, de cruzarnos con el actual propietario de esa vieja y estropeada bodega que tanto llamaba nuestra atención, era Don Juan Carlos Grosso, quien hubiera obtenido legítimamente por herencia de sangre, las escrituras del lugar, el que se hubiera construido a principios del siglo pasado. Podía apreciarse sin esfuerzo alguno, que Juan era un amable personaje con cierto aire de tristeza, algo desdibujado, un hombre joven pero al parecer maltratado por los duros golpes de la vida, ya que repetía entre frases que ese lugar lo deprimía, quizas añorando esas viejas épocas donde el trajín de gente y el ir y venir era enorme. Bastaba mirar sus vidriosos ojos azules para darnos cuenta que tendríamos que ser respetuosos y tener cuidado al preguntar. Pero igual de buena manera Don Juan se ofreció sin dudarlo un instante a abrirnos las enormes puertas de un viejo galpón al que nadie había ingresado en años, donde abundaban las telarañas y el estiércol de aves y roedores. De repente, ante nuestra mirada perpleja: un impecable Chevrolet Super Sport de los años 60, junto a una gran cantidad de maquinarias propios de una bodega y de antiguos objetos, la mayoría ocultos bajo una excesiva cantidad de polvo, que nos obligaba a imaginar lo que habría sido aquel lugar en sus épocas de bonanza.



No faltaron esos cómplices rayos de luz que ingresaban por las paredes y techos, haciendo mágica la estadía, y generando un perfecto escenario para plasmarlo todo en fotografías. Juan Carlos, desde un rincón, no hacía más que observarnos pensativo y algo desconcertado, al parecer sin comprender aquellas sensaciones que generaba en Nosotros todo aquello que él tanto despreciaba. El establecimiento en sus épocas de gloria supo cobijar en los piletones hasta un millón de litros de vino, y se embotellaban marcas como “El Piamontés” y “Contrapunto”, además de la propia marca “Vinos Grosso”. La materia prima era pesada, como hoy, a la entrada, con una báscula, pero en este caso la báscula mostraba sus años, porque su tamaño considerablemente pequeño, nos hace imaginar el tamaño que tendrían los camiones que ingresaban a descargar. Tuvimos la dicha, también, de poder recorrer toda la propiedad, incluyendo la vieja casona donde actualmente vive Juan Carlos de un modo muy solitario con su esposa y sus mascotas, rodeado de maravillosas antigüedades y un extenso jardín.






Supimos que el establecimiento cerró sus puertas definitivamente hace ya unos 40 años. El abuelo de Juan habría perdido en aquel entonces a su única hija, a causa de una grave afección cardíaca que por esos años no tuviera cura alguna. Aquel triste episodio, no le habría permitido seguir adelante. Actualmente, debido a la gran extensión de terreno que con cierto desgano posee Juan, funciona con poco éxito un depósito de camiones.
Nos despedimos de Juan y su esposa rápidamente, agradeciendo tan buena atención, es que no queríamos abusar de su buena predisposición y amabilidad. Más que conformes y victoriosos, partimos del lugar con ansias de encontrar en el camino algún otro sitio semejante. Quien pudiera saber cual será el destino que le espera a tan antigua construcción, a esas eternas paredes olvidadas por muchos…

Una vez más comprobamos, que los muros mueren de pie y tienen historias para contar.

Vieja Casona abandonada - En algún lugar de Lavalle, Mendoza

Dicen que en la Pampa, el estanciero gusta de hacer su casa en el centro del campo, por la tranquilidad, vio? Pero en Mendoza no, la cosa es distinta… Acá, la casa de la finca se hace cerca de la calle, para estar conectado, para ver al lechero, al vecino o al Juancho pasar, y si este se queda a tomar unos mates mejor!


La construcción varia del lugar y de las costumbres que ahí se tengan, es por eso que esta casa es la típica casa de finca de esa Mendoza antigua, donde la calle era de tierra y pasaban más sulquis que autos. No existían tantos medios de comunicación como hoy, entonces se buscaba estar cerca camino para “chusmear”.
El adobe, esa mezcla perfecta de barro y paja, daba forma y cobijo, con un techo de cañas recubierto con barro que creaba un ambiente ideal para el verano y el invierno., Y el infaltable cielo raso que habremos visto en nuestras infancias... Luz casi seguro no había, porque ahí se trabaja de sol a sol, como mucho una vela o lámpara a gas, que daba lugar a esos fantasmas que en toda familia recuerdan historias de alegrías y tristezas, de épocas de bonanza y de carestía, o al abuelo que algunos juran todavía verlo pasar con la boina puesta. 



La cocina, estaba por fuera, conectada por la galería, y el tizne hoy presente deja constancia de esas manos revolviendo un guiso, calentando una leche o fritando unas tortas fritas…
Y en esas ironías del destino, no es yuyo cualquiera el que se va apoderando de esos muros hoy tristes, sino una parra silvestre que se arrastra mostrando su belleza y la añoranza de esos tiempos en los que supo estar erguida.




Vieja Estación Ferroviaria Lagunita - Guaymallén, Mendoza

En nuestro vasto territorio argentino, en el andar de un lugar a otro tu mirada muchas veces se termina cruzando con una estación de tren a la vera del camino. Y como no hacer para retener en la pupila esa imagen, buscar en la memoria el sonido de un tren al pasar y pensar en toda la gente que en algún momento de su vida estuvo ahí, viajo o espero a que se levantara la barrera para continuar…
Hoy la mayoría de las estaciones del ferrocarril están abandonadas, usurpadas, re utilizadas o destruidas, dejando atrás las huella de miles de personas que en su momento pisaron esos andenes y cruzaron esas vías.
Fue la tarde del 10 de marzo de 1993 cuando partía el último tren de pasajeros de Mendoza, por eso hoy, 23 años después retrataremos la Estación Lagunita, en El Bermejo, Guaymallén, donde el tren todavía puede verse pasar, no es la ilusión de algún loco pero podría serlo, aunque nunca se detiene en la estación, porque ahora es solo simplemente un tren de carga que sigue adelante…dejando sueños atrás. En algún rincón de la memoria de varias personas está esa anécdota que estamos esperando, que esperamos despertar al ver estas fotos, y que si querés contar habremos logrado un paso en nuestro objetivo.




Los galpones de Lagunita fueron reutilizados como Centro Cultural y su boletería como casa de vivienda familiar, devolviendo a sus muros algunas sonrisas, pero nunca tantas como cuando la formación se detenía para cargar y descargar pasajeros, que aún hoy esperan volver a subir al vagón del cual nunca quisieron bajar.