Al recorrer de cerca esos trayectos por donde pasaban las vías del tren, uno va intentando recrear esas imágenes que desde atrás de una ventanita de un vagón en movimiento, varias retinas supieron ver... Y vaya sorpresa la nuestra cuando vemos un caño en altura que sale de una estación y llega hasta el otro lado de la calle, perdiéndose en una inmensa propiedad, que no puede ser otra cosa que una bodega.
Las amplias naves estilo italiano, la casa patronal, el laboratorio y demás galpones nos cuentan que aquí los pasos llegan a cifras incontables, al igual que las charlas o los litros de vino producidos. El sueño de un futuro mejor sumado a la tenacidad para lograrlo llevaron a Pedro Bertona, quien llegara a nuestro suelo junto a sus padres y hermanos en el año 1898, a comprar luego de mucho tiempo y trabajo esta bodega en el año 1943.
Levantar la vista, como mirando al futuro, nos encontró con ese caño de acero que de seguro transportaba el vino directamente de la bodega al vagón, llevando así el elixir de Dionisio a todos esos lugares donde una copa, lo estuviera esperando...
Agradecemos a los hermanos Sergio y Gustavo Bertona por la información y buena predisposición para atendernos.
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